miércoles, 7 de noviembre de 2012

WHITE RUBBISH

KILLER JOE
 
De William Friedkin no puede decirse mucho ( Friedkin es el responsable de dos de los mejores títulos de la década del setenta: French Connection y The Exorcist ). Es un veterano que practica un cine joven que no ha perdido un ápice de su frescura. Mientras otros directores mucho más jovenes hacen un cine viejo, puro vino viejo en odres viejos de fórmulas gastadas, el tipo te descerraja una película sórdida, incómoda, negrísima. Porque " Killer Joe " es un puñetazo del mejor Tyson en la boca del estómago; y Friedkin se ríe de ese territorio mítico, supersticioso y abyecto que es el Sur profundo de los Estados Unidos, ese paradigma frecuentemente revisitado por Hollywood en clave de decadencia cultural; se ríe de los rednecks ; se ríe de y con nosotros y se divierte con sus actores, a los que guía a hacer cosas en la pantalla que nunca hubieran soñado. " Killer Joe " me recuerda a " Antes que el diablo sepa que estás muerto ", del desaparecido Sidney Lumet: sequedad expositiva y rabiosa fruto del clasicismo de la década del setenta, relatos de personajes densos y amorales, familias instaladas sobre el ojo de un huracán que entregan, sin quererlo y sin necesidad de esa pandemia llamada declamación, un retrato del desmoronamiento disfuncional ( la familia como entelequia reemplazada por la perturbación y la aberración del matricidio en el caso de esta película ) y un enorme desencanto de la condición humana ( ni inocentes ni culpables, sino escoria social hecha de miserias inconfesables ). Ambas películas ponen la lupa, con menesteres de entomólogo, sobre personajes podridos como las aguas del Leteo, movidos por la codicia más ruin y las soluciones definitivas que no hacen más que rizar el rizo de la violencia, ese expediente que tiende a la circularidad y al rebote. Pero mientras en la de Lumet la tragedia se desencadenaba en el seno de una familia burguesa, aparentemente acomodada, la de Friedkin presenta a un núcleo de perdedores desesperados, pura lacra redneck dispuesta a arrancarse los ojos por el dinero de una póliza de seguro. Friedkin va al grano desde el minuto cero, consciente de que trabaja con una obra de teatro firmada por Tracy Letts, no hace " drama teatral filmado " sino que explota las condiciones naturales del diseño de producción ( los brevísimos exteriores filmados bajo la furia del arco voltaico de la actividad eléctrica y la tormenta, los planos nocturnos y los feísmos de la parálisis edilicia y la precariedad del suburbio donde residen sus criaturas, las cruces iluminadas por el resplandor de los rayos y la simbología de las conductas humanas ), la compenetración de sus actores, todos increíbles y entregados a la caída irremisible de sus mundos descompuestos, con un Matthew Mc Conaughey descomunal y saturado en la que tal vez sea la actuación de su vida, y la concisión del núcleo duro dramático de las escenas ( Friedkin sabe darle a cada encuadre la duración justa, con un timing que ya quisiera más de uno ). Hay veinte minutos finales que son una montaña rusa saturada de nerviosismo, como solo un cineasta apto para tragar fuego y escupir una antorcha de acetileno para derretir nuestras conciencias es capaz, y una fellatio con una patita de pollo, que es una de las secuencias más perturbadoras de los últimos tiempos. " Killer Joe " es negrísima como un abismo, y el uso matemático del tiempo, esa bomba de relojería compuesta de manecillas, determinará que la fatalidad es el motor de las conductas desviadas para sus patéticas criaturas. L. C.

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