lunes, 12 de noviembre de 2012

50 AÑOS

007 OPERACION SKYFALL
 
James Bond cumple cincuenta años y aquí y allá lleva adelante pequeñísimas revoluciones: renovación ministerial y dirigencial de sus superiores ( la desaparición de M-Judy Dench, ahora reemplazada por M-Ralph Fiennes, un burócrata desagradable en los primeros tramos y que gracias a un acto de heroicidad promediando el metraje revierte su imagen, perfilándose para el puesto ) y renovación tecnológi...
ca ( algunos gadgets , como la pistola microdermal, y el homenaje a la franquicia a través de la cita oldie a las invenciones del pasado ). A esta altura, después de 23 películas, hay que decir que Bond recorre el nuevo siglo en piloto automático. Dejando de lado la inepcia de Marc Forster ( Quantum of Solace, lo peor de la saga ), aquí está todo lo que caracteriza a esta nueva etapa liderada por Daniel Craig: Judy Dench y su frialdad ejecutiva en nombre del Imperio, la música aparatosa y la mitología multicultural, y el villano de marras ( un sobreactuado Bardem, un bosquejo malo del Guasón De Heath Ledger cruzado con Hannibal Lecter ) Pura fantasía de fantasistas. Ahora bien, Sam Mendes, recordado por ese bodrio cretino de " Belleza Americana ", sabe lucirse en algunas atmósferas hechas de tensión a base de diálogos ( se nota su oficio como puestista teatral y régie de ópera ), pero es torpérrimo en todo lo que tenga que ver con ese expediente tan vital llamado " Acción ". Hay una bella secuencia en Shangai de nerviosismo y expectación vigilante, puro juego observacional entre Bond y un asesino, pero me parece que es más una gentileza del fotógrafo Roger Deakins que del " prestigioso " Mendes. La trama es de una simplicidad pasmosa; y recuerda más a artefactos como " Juegos de Patriotas " que a toda la experiencia 007. Algo más; a mí me gusta Craig, pero creo que esta nueva dimensión de agente embrutecido, puro músculo arrogante y con perfil psicológico de niño traumatizado me remite más a un Bourne o un agente de la CIA que al sofistificado y lenguaraz agente británico. L. C.

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jueves, 8 de noviembre de 2012

"A MI SE ME RESPETA!"

LEONARDO FAVIO

Se nos fue Leonardo Favio. Se fue el último romántico. Favio supo " megalomanizar " la obra de su mentor Torre Nilsson, excediéndose, abrazando un edificio estético que se salía de sus goznes. A partir de " Crónica de un niño solo ", Favio se adensa y estalla en una Épica del kitsch nacional ( trágica y ridícula, sentimental y circense. Era el control formal, la claridad artística, el uso matemático del tiempo, la confección de mundos populares que obedecían a la ética de los desposeídos y hambreados. Se nos fue uno de los últimos directores clásicos ( el otro es, sin lugar a dudas, Aristarain ) y el país está de duelo. L. C.


miércoles, 7 de noviembre de 2012

WHITE RUBBISH

KILLER JOE
 
De William Friedkin no puede decirse mucho ( Friedkin es el responsable de dos de los mejores títulos de la década del setenta: French Connection y The Exorcist ). Es un veterano que practica un cine joven que no ha perdido un ápice de su frescura. Mientras otros directores mucho más jovenes hacen un cine viejo, puro vino viejo en odres viejos de fórmulas gastadas, el tipo te descerraja una película sórdida, incómoda, negrísima. Porque " Killer Joe " es un puñetazo del mejor Tyson en la boca del estómago; y Friedkin se ríe de ese territorio mítico, supersticioso y abyecto que es el Sur profundo de los Estados Unidos, ese paradigma frecuentemente revisitado por Hollywood en clave de decadencia cultural; se ríe de los rednecks ; se ríe de y con nosotros y se divierte con sus actores, a los que guía a hacer cosas en la pantalla que nunca hubieran soñado. " Killer Joe " me recuerda a " Antes que el diablo sepa que estás muerto ", del desaparecido Sidney Lumet: sequedad expositiva y rabiosa fruto del clasicismo de la década del setenta, relatos de personajes densos y amorales, familias instaladas sobre el ojo de un huracán que entregan, sin quererlo y sin necesidad de esa pandemia llamada declamación, un retrato del desmoronamiento disfuncional ( la familia como entelequia reemplazada por la perturbación y la aberración del matricidio en el caso de esta película ) y un enorme desencanto de la condición humana ( ni inocentes ni culpables, sino escoria social hecha de miserias inconfesables ). Ambas películas ponen la lupa, con menesteres de entomólogo, sobre personajes podridos como las aguas del Leteo, movidos por la codicia más ruin y las soluciones definitivas que no hacen más que rizar el rizo de la violencia, ese expediente que tiende a la circularidad y al rebote. Pero mientras en la de Lumet la tragedia se desencadenaba en el seno de una familia burguesa, aparentemente acomodada, la de Friedkin presenta a un núcleo de perdedores desesperados, pura lacra redneck dispuesta a arrancarse los ojos por el dinero de una póliza de seguro. Friedkin va al grano desde el minuto cero, consciente de que trabaja con una obra de teatro firmada por Tracy Letts, no hace " drama teatral filmado " sino que explota las condiciones naturales del diseño de producción ( los brevísimos exteriores filmados bajo la furia del arco voltaico de la actividad eléctrica y la tormenta, los planos nocturnos y los feísmos de la parálisis edilicia y la precariedad del suburbio donde residen sus criaturas, las cruces iluminadas por el resplandor de los rayos y la simbología de las conductas humanas ), la compenetración de sus actores, todos increíbles y entregados a la caída irremisible de sus mundos descompuestos, con un Matthew Mc Conaughey descomunal y saturado en la que tal vez sea la actuación de su vida, y la concisión del núcleo duro dramático de las escenas ( Friedkin sabe darle a cada encuadre la duración justa, con un timing que ya quisiera más de uno ). Hay veinte minutos finales que son una montaña rusa saturada de nerviosismo, como solo un cineasta apto para tragar fuego y escupir una antorcha de acetileno para derretir nuestras conciencias es capaz, y una fellatio con una patita de pollo, que es una de las secuencias más perturbadoras de los últimos tiempos. " Killer Joe " es negrísima como un abismo, y el uso matemático del tiempo, esa bomba de relojería compuesta de manecillas, determinará que la fatalidad es el motor de las conductas desviadas para sus patéticas criaturas. L. C.

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