miércoles, 11 de septiembre de 2013

A LAS TRES Y SIETE...

                             EL CONJURO                      por Leo Chubelich

Películas de terror hay muchas. Películas de terror con golpes de música o sonido de los que tanto se suele abusar en el cine de género contemporáneo -aunque este recurso, llamado " bus effect ", apareció en 1942 con ' La mujer pantera ' de Jacques Tourneur y se le puso ese nombre porque alude a una escena en la que la llegada de un micro y el ruido que este hace alteran el silencio que había hasta ese entonces y, por ende, genera un estado de shock en el espectador- , pero sin consecución de imágenes que refuercen el susto. Películas de terror sin un mísero sobresalto. Y demasiadas películas de horror, en la que la mostración sólo tiene por objeto la destrucción parcial o total del cuerpo humano. Pero de repente, irrumpe " El conjuro ", de James Wan, y con ella la saludable intención de la vuelta ( ya desde los títulos ) a los ' seventies '; a esa época del chucho para sufrir con gusto.

" El conjuro ", al igual que la extraordinaria " La noche del demonio " del mismo director, precedente en la materia al que no supera, recupera algo fundamental para el género: la chance de contar una historia con la convicción y la legibilidad indispensables para ganarse la atención del espectador. Para ello, el film de Wan se debate entre las distintas convenciones del cine de terror. Tenemos películas de fantasmas, películas de demonios y películas de posesiones, y que esas cosan vienen de a una. Pero aquí, en paralelismo con " La noche del demonio ", tenemos todo junto como en botica: hay fantasmas okupas de una casa habitada por una familia en peligro, está el demonio en plan subyacente para cobrarse a sus víctimas, y hay una inocente en vías de ser poseída.
Esta nueva incursión de Wan en el género amalgama a una familia clase media amenazada por un mal ancestral, y a una pareja de especialistas en fenomenología sobrenatural, con prestancia de cine clásico, tomándose todo el tiempo del mundo para participarnos de la evolución de la perturbación, dosificando la información con nobleza y de a poco, porque para asustar también hay que saber crear un lazo empático entre nosotros, los observadores, con los personajes. " El conjuro " regurgita, con maestría y desde el uso de la cámara virtuosa, homenajes más o menos evidentes; algunos explícitos y otros no tanto. El tono seco y realista recuerda a ' El exorcista ', mientras que el entramado remite a películas de fantasmas como ' Al final de la escalera ' de Peter Medak ' y ' Poltergeist ' de Tobe Hooper. Se hace cargo de los climas, se hace cargo de secuencias con esplendor, como esa en la que el reloj da las tres y siete de la mañana, la hora señalada por la maldición en la que las almas humanas están en peligro.

' El conjuro ' ejerce su prepotencia talentosa en el modo de utilizar los espacios cerrados, ingeniándoselas para fatigarlos sin fatigar al espectador, estirando las situaciones para trabajar con denuedo el clima, angustiando al espectador en esa espera que tantas veces antes se resolvió con volatilidad de pavote golpe de efecto. Hay intérpretes creíbles, por los cuales tomamos partido, y un camino tortuoso en el que la iniquidad no ha de mermar jamás. Es la vieja bipolaridad entre el bien y el mal, tantas veces ninguneada desde la inanidad y la previsibilidad, la que está en juego desde el minuto cero. ' El conjuro ' integra subtramas, como aquella de la muñeca, para desestabilizar al espectador con efecto distractor, sin ardides arteros, con la confianza de perderlas y recuperarlas en el momento menos pensado, y cuando creíamos que ya no se retomarían.


' El conjuro ' es y también no es porque, a diferencia de ' La noche del demonio ', que añadía a los efectos de sonido o ruidos, imágenes que asustaban aún más, trabajando exponencialmente el susto desde la variedad diurna o nocturna, al preocuparse por la confección y la mecánica de presentación y espesor de los personajes, a veces se olvida del sobresalto, o se demora en la materialización del mismo. Wan se deja seducir por las dinámicas familiares, sus fortalezas y debilidades, los vínculos entre las distintas franjas etarias de las hijas y el apego a lo racional frente al desenvolvimiento imparable de lo innombrable. Es loable su intención de escamotearnos la fisicidad del cuco para no sucumbir al burdo efectismo, pero en los tramos finales, con ese desenlace a puro exorcismo, pifia en el sendero escogido, tal vez porque difícilmente se pueda superar esa cumbre del cine de terror llamada ' El exorcista '. A pesar de ello, Wan sabe que este es el camino, que aquí está el centro nodal para salirse del canon establecido, como Scott Derrickson en ' Sinister '; como Fele álvarez en ' Evil Dead '; como Rob Zombie en ' Lords of Salem ', un especialista en esto de revisitar los modos del cine setentoso.

' El conjuro ' es un cuento de terror como los de antaño, soberbiamente filmado. Un viaje a la época en que el cine de terror era asunto serio, profesionalizado, al tiempo de las películas para no dormir. Ideal para ser visionada a las tres y siete de la mañana de cualquier noche que, con su tiniebla y astronomía, quiera acogernos en el viaje. L.C.


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