GUERRA MUNDIAL Z Por Leo Chubelich
A ver, ¿ por dónde empezar ? Fui a ver Guerra Mundial Z , la última de Brad Pitt que utiliza el remanido tópico de los zombies como acabóse apocalíptico, y hay varias cuestiones a considerar, así, en caliente, y sin vueltas.
Imposible no hablar de Romero, creador de estos films de terror celebratorio de las vísceras por las vísceras en sí, experimentando muchas veces la delgada línea que divide el grotesco terrorífico del grotesco cómico, pero insuflándole sus obsesiones sociales en forma de muertos vivos. Romero fue ( y es, probablemente, en tanto renueve una y otra vez su obsesión ) un director antisistema, demoledor de instituciones a través de una metafórica política de la que adolece Guerra Mundial Z.
La película de Marc Forster, basada en una obra literaria de Max Brooks llamada World War Z: An Oral History of the Zombie War, narra las vicisitudes de una ficticia conflagración global contra los zombies, la búsqueda del " paciente cero " para la creación de un antídoto a la epidemia, hasta la culminación de esa sensación de no futuro como algo permanente a través de la lucha armada y la resistencia. La invasión arranca sin farragosos preámbulos ( gracias por evitarnos esos momentos idílicos de familia funcional y perfecta ), cuando Gerry y Karen Lane ( Brad Pitt y Mireille Enos ) llevan a sus niños al colegio y súbitamente quedan atrapados en una revolución " undead ". Cuando la supervivencia de la familia queda asegurada en un portaaviones, la película se centra en los esfuerzos de Pitt, un ex agente de la ONU acostumbrado a desempeñarse en territorios peligrosos, por conseguir el Agente Cero y generar un antídoto/ vacuna.
Para ello Guerra Mundial Z se vuelve frenética en su desplazamiento siempre hacia adelante, embrollándose con la acumulación de locaciones extranjeras y la aparatosidad de sus escenas de acción que la vuelven una película infecto-virósica-catastrófica à la Bourne.
De las búsquedas temáticas de Romero, siempre orientadas al contenido social y político, no queda nada. Guerra Mundial Z es cine qualité de muertos vivos. Apenas un esbozo de manipulación extorsiva en la escena en que Pitt es reclutado con procedimientos coactivos por el militar de turno, bajo amenaza de dejar a su familia en estado de indefensión ante la revolución zombie, que es menos crítica mordaz que disparador expeditivo del desempeño individual del héroe.
En este batiburrillo de invenciones gráficas no hay lugar para zombies lentos y de pies arrastrados, sino más bien verdaderos ríos procelosos de brutalidad indómita. El acierto del film es presentar a su amenaza como un rito de cuerpos apiñados con reflejos metahumanos, mezcla de velociraptores y afición futbolera. La salvaje escalada de violencia del primer cuarto de hora parece capaz de destruir el universo. La ola de México 86 hecha castañeteo de dientes.
No es cierto que esta sea una película individualista o personalista, sino integracionista. Es gracias a sus pequeñas sociedades y sacrificios que el desenvolvimiento individual del héroe se hace posible, se allana, se enriquece. Son vivaces formas de solidaridad plantadas aquí y allá por el prójimo, y para ello Brad Pitt se juega la vida, a puro empuje del cuerpo eléctrico en las secuencias vertiginosas y a pura fuerza emotiva en aquellas más intimistas. El actor nos convence de ser un buen padre de familia, un hombre preocupado por el entorno y un tipo espiritualmente sensible a los vaivenes del jaqueado factor humano. Su arrojo voluntarista y tozudo también es una pequeña flor entre tanto gasto megalómano.

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