lunes, 17 de junio de 2013

EL HOMBRE DIGITAL

          EL HOMBRE DE ACERO       Por Leo Chubelich

Yo recuerdo que en el año 1981, cuando tenía once años, se estrenó Superman 2, dirigida por ese olvidado gran director llamado Richard Lester ( que dicho sea de paso dirigió dos películas seminales de los Beatles, que dieron el puntapié inicial para lo que luego sería la estetización del videoclip: A Hard Day's Night y Help ). Recuerdo que Terence Stamp era el general Zod, y que cada vez que aparecía, la película, ese universo cerrado siempre a punto de colapsar, metía miedo e inquietud. Recuerdo que había momentos claramente Hamlet en el argumento ( yo no sabía en ese momento lo que era eso ) y que la información contextual del código genético de las peleas entre el hijo de Kryptón y esos tres descastados compatriotas evadidos de la Zona Fantasma, llamados Zod, Ursa y Non, era clara y precisa, contundente en su materialidad del aquí y allá, del de dónde venían los bifes y hacia dónde iban. Y claro, estaban Cristopher Reeve y Margot Kidder, que se morfaban el cuadro a puro amor y deseo cada vez que aparecían. Todo esto para hablar de El hombre de Acero, la película de Zack Snyder o de Christopher Nolan, omnipresente como productor y coautor junto a David Goyer de esta nueva gesta fundacional ( origin story ) del alienígena más famoso del comic. Película extraña, rara, ampulosa, grandilocuente, operística, bombástica y jodida la de este muchacho Snyder,como si las nuevas tecnologías gigantistas del CGI hubieran chocado con un tono más intimista `ala Terrence Malick.
En El hombre de Acero hay un tiempo para contar la historia formativa del superhéroe, a través de la inserción de sucesivos flashbacks, que va desde la invisibilidad, la concientización de la identidad, el rechazo y la aceptación del moderno Prometeo. Como a Henry Cavill, reencarnación del mito de Apolo, la empresa le quedaba decididamente grande, Snyder ( o Nolan ) decidió hacerlo jugar en una liga habitada por actores clásicos, de renombre, de esos que tienen garantizado el Olimpo interpretativo a fuerza de magnetismo presencial. Es gracias a que esta gente posee su propio centro gravitatorio frente al cual nada escapa, que la película, en sus momentos reposados e intimistas, alcanza altura emotiva. Russell Crowe, Kevin Costner y Diane Lane son el realismo del film, tripulan el drama humano, premasticado y predigerido en tanta historia de iniciación de superpoderes vista y por ver desde que el comic es comic, y le aportan vitalidad señera y estatura de tribulación entre las ventajas de ser invisible y la aceptación del destino manifiesto de supercampeón. A Costner le bastan tres planos para devorarse la película, y a Diane Lane un poquito más para estrujarnos el alma desde la sobriedad contenida de su Martha Kent. La contundencia de cuerpo y voz en Russell Crowe como la conciencia de Jor-El, que se juega la patriada de establecer la tensión entre lo biológico y lo adoptivo, es la tercera pata de sustentación de lo mejor del film. Talento y versatilidad para moldear el supercarácter y señalar el camino de realización.

En su segunda mitad, El hombre de Acero toma la matriz de The Avengers y se hace macroscópica, las emociones quedan de lado y el bodrio del CGI y del diseño se lastran el metraje hacia el dominio de lo menos esclarecido. Zona Fantasma de los efectos especiales. Y sí, es verdad que The Avengers operaba desde una metodología similar, pero ponía toda la carne en el asador desde la evolución del efecto digital pero también desde la carnadura burbujeante de sus estampitas superheroicas, que metían tres chistes por segundo con el timing de un velociraptor humorístico ahí donde las papas de la solemnidad quemaban. El hombre de Acero no es superficie pop coruscante; es colores apagados y filtrados en su saturación hasta la experiencia limítrofe del neutro. Superman no puede ser cool porque es seriote y nunca se le cae la sota del retruécano fatal al estilo Tony Stark. Primer traspié que revela a Nolan autorreferenciándose desde la pompa orquestal de Hans Zimmer. En sus tramos finales, El hombre de Acero es un bodrio megalómano que quiere ser " larger than life " y se va al inframundo del artificio más descomedido e ininteligible. Superman quiere volar alto, pero es Facundo Cabral volando bajo. Una vergüenza de calzas apretadas que hace dolor los ojos y sangrar los oídos. Es como el travelling de Kapo de Pontecorvo, pero de los chiches de ordenador.

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