miércoles, 15 de agosto de 2012

EN DECADENCIA

                                                 A ROMA CON AMOR.       Por Leo Chubelich

Hubo un tiempo que fue hermoso y érase una vez un cineasta. Hubo un tiempo en el que las películas de Woody Allen, ese neurótico con el cual querríamos toparnos en cualquier esquina, eran necesarias y urgentes porque nos interpelaban y desafiaban a través de la construcción entomológica y sin solemnidades de modos, géneros, histerias, hipocondrías y taras. Era un cine capaz de revelar el núcleo duro del pathos masculino: su desamparo, su intemperie, su crueldad, su ternura, su infantil egocentrismo. Y Woody filmaba en Nueva York, que al igual que Ituzaingó para Raúl Perrone, era parte de su ADN, puesto que allí estaba la familiaridad estructural del Genoma de las relaciones humanas. Ahora, Allen es multinacional o, mejor dicho, una multinacional que acepta cualquier guita (jugosa, claro está) para rodar donde a algún financista se le cante (ya pasó por Londres, Barcelona, París, ahora Roma, y mañana quién te dice que no sea la Argentina de Cristinita). Pues bien, " A Roma con amor " se llama su último opus, y de qué va la cosa, se preguntarán los que llegaron hasta acá. En rigor de verdad importa poco, porque hay tanta pobreza franciscana para reseñar. Los diálogos, ese Mecano pulido de otrora, son ahora automatismos con olor a naftalina que no le atinan a la convicción de alguna risa, y para colmo de males, cuando ya lo creíamos desempleado y sepultado, reaparece Roberto Benigni, que con su italianidad al palo se morfa mal la película, el encuadre, la escena y la romanidad. Ni hablar del uso del espacio de la ciudad que hace de Roma una postal que no puede cargar más con tanta hipocrecía por parte de los personajes que contiene y de la inclusión de " Volare ", obviedad choronga para la apertura. Como dice el gran Alec Baldwin, único que opera como salvataje del espectador, tengo " melancolía de Ozymandias " por el amigo Woody que se nos ha perdido. Volverá alguna vez?. L.C.
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